Lagartija en malla. Meemech.

Sintetizar las experiencias de eventos en lecciones de desarrollo psico-emocional ayuda a cuestionar nuestras acciones y juicios precedentes a la acción.

Permíteme elaborar con una anécdota:

La lagartija joven, la lagartija adulta.

Encontráseme yo frente al mosquitero de la cocina cuando me percaté de una lagartija adulta detrás de este. Al no tener nada mejor que hacer, racionalicé que una criatura de sus dimensiones en su etapa de madurez podría resistir una caída debido a su velocidad terminal, sin pensarlo más decidí accionar la palanca entre el pulgar y el dedo índice, impactándole justo sobre su abdomen causando su violento descenso a un área verde.

“Simplemente, la estoy trasladando.” Me decía yo cínicamente. Racionalicé este comportamiento diciéndome que solo lo hice por qué esa lagartija podría fácilmente sobrevivir una caída así, argumentándome a mí mismo que si hubiera sido una lagartija más pequeña no habría actuado así, pues de acuerdo a mi lógica éticamente distorsionada, no hubiera sobrevivido. Cometí esta aberración bioética dos veces antes de que me fuera mostrado el camino correcto por la dosis de realidad que la vida tiende a proporcionarle a uno, cuando está dispuesto.

¿Cómo?

En este caso en específico, la lección del camino me fue instruida semanas después mediante dos escenarios que podrían considerarse como la antítesis del fundamento para ese comportamiento en particular. Estos eventos formativos fueron un poco similar a los primeros dos, en respecto al tipo de criatura, más no en su edad ni madurez.

Durante el tercer y penúltimo evento reptiliano, decenas de días después de haber trasladado involuntariamente a la lagartija por segunda vez, me encontré en el mismo lugar, a casi la misma hora, y con las mismas predisposiciones poco bioéticas, pero con un paisaje distinto, pues pude notar que frente a mí había una lagartija de dimensiones minúsculas, no más grande que una moneda de diez pesos. El verme confrontado con el contraargumento me generó un conflicto interno que únicamente pudo ser resuelto al aceptar mi derrota. Decidí no interactuar con la lagartija por obvias razones. El cuarto y último evento, el definitivo y de particular similitud, constaba, nuevamente, de un amigo reptil, solo que en este caso no era ni de dimensiones minúsculas ni tampoco de desarrollada madurez, sino que se encontraba sospechosamente en un punto medio entre esos dos extremos. Un balance entre extremos digno de un cirquero.

Al encontrarse dentro de este rango, me fue confuso el discernir en que punto exacto iniciaba y terminaba cada etapa de madurez de la lagartija, como si fuera un gradiente de colores, en donde lo que “separa” el amarillo del verde, fuera una mezcla entre ambos; tan confuso que decidí ver a la lagartija como el color blanco, que así como este unifica todos los colores, la lagartija unificaría todas sus etapas, siendo desde un inicio hasta su final, no joven ni adulta, no amarillo ni verde, sino solamente blanco y solo la lagartija. No hay etapa de su vida donde se merezca ser puesta a prueba de esa manera. 

Nunca existirá excusa alguna para lastimar intencionalmente un ser vivo. Nosotros no salimos de la naturaleza, la seguimos siendo.

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